Cuando era una adolescente empecé a ver mis clases de teatro, los ensayos y las representaciones, como un taller de aprendizaje, experimentación y juego. Me sentía libre para expresar sentimientos, miedos, gustos (no siempre compartidos por otros entornos sociales), sueños… Mi maestro de teatro de aquel tiempo, nos invitaba a jugar continuamente y encontré un lenguaje nuevo para “dejar fluir” mi personalidad, y, aunque desde niña había practicado teatro, fue en ese momento cuando el teatro se convirtió en una forma de vida.
Desde el primer año de la carrera de Arte Dramático, nos hicieron reflexionar sobre el poder comunicativo que tiene el teatro, y en cómo podía transformar sociedades desde griegos y romanos. El teatro educa – me dije- y aunque no siempre sea ese su cometido, conectado con la didáctica puede ser una herramienta muy potente para llevar a cabo un aprendizaje significativo. En aquel momento… empecé a fantasear con enseñar.
Llevar el teatro a las aulas y/o llevar a los alumnos a los teatros es siempre un acierto, porque se consigue un clima de imaginación, magia y receptividad que abona muy bien el terreno para ir sembrando un sinfín de nuevos conocimientos. Conocimientos que pueden alimentar muchas de las inteligencias que se abordan en centros educativos como los nuestros: la emocional y la lingüística, la musical y la creativa, y, si duda, la interpersonal e intrapersonal. Y todo esto ocurre casi sin darnos cuenta, como un juego más en el que empiezan siendo espectadores y, casi al mismo tiempo, se convierten en actantes.
Cuando en un aula preguntas si quieren jugar a hacer teatro, las caras se iluminan y los síes se solapan unos con otros. Me gusta aprovechar esas reacciones, el aprendizaje académico puede darse ese día mejor o peor, pero sus mentes empiezan a funcionar colectiva e individualmente, y… ¡a sembrar!
En la etapa de Educación Infantil podemos sembrar números, vocales y consonantes, el despertar religioso, valores universales, el manejo de las habilidades sociales o rutinas y destrezas de pensamiento. Con una forma de trabajar eminentemente cooperativa, nos convertimos en el número 8 que va detrás del número 7; hacemos un viaje en camello hasta llegar al río Nilo; soy un gatito que se coloca debajo de una mesa, mientras mi compañero es un ratón que se esconde detrás de un perchero; o interpreto al Rey U mientras canto su canción.
Del mismo modo, podemos hacerlo en primaria y en secundaria con los contenidos que se aborden en cada etapa, y el alumnado puede desarrollar, gracias al código teatral, su pensamiento crítico y creativo a través de un lenguaje artístico, lúdico y esencialmente interactivo. Sin olvidar, que en cualquier etapa vital, escolar o no, el teatro es catalizador de emociones, espejo en el que mirar otras realidades para comprender la tuya, fuente de recursos comunicativos aplicables en cualquier contexto social o laboral, espacio donde trabajar la atención a la diversidad, opción cultural en continuo desarrollo… el listado es extenso.
El teatro y las disciplinas que lo nutren: expresión corporal, música o danza, son herramientas docentes que se utilizan desde hace décadas en las aulas. Yo deseo que siga siendo así siempre, que no se infravalore el poder de jugar y crear. Que no se delegue a un segundo plano ninguna materia artística, porque los docentes sabemos de su poder educativo, de su fuerza germinadora, y ya que nuestros alumnos están dispuestos a sembrar con nosotros pues… ¡vamos a “edugar” haciendo teatro!
Julia Rodríguez Hidalgo
Maestra de Educación Infantil y Profe de Teatro.
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