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Cuando hace poco me propusieron, como profesor de Física y Química de 4º de la ESO, participar con algunos de mis alumnos en un concurso escolar de investigación química, mi primera reacción fue pensar: «Investigación química, bien, eh… estupendo, eh… ¿y por dónde empiezo?». Y no por falta de ideas, quiero que se me entienda, soy químico de formación y a lo largo de mi vida educativa y profesional he tenido algún que otro contacto con el campo de la investigación científica. Pero, mi mayor preocupación y lo que resonaba continuamente en mi cabeza era: «¿Qué puede haber hoy en día en el marco de este tipo de investigación que le pueda resultar interesante a jóvenes de 15 años?». Le dí vueltas y vueltas al tema, revisando muchas veces el currículo, intentado proponerles algunas posibilidades acordes a la asignatura, o lo que pudieran haber visto en cursos anteriores, hasta que me dije a mi mismo: «Mira, mejor pregúntales directamente y déjate de historias». Cuando finalmente me decidí a hablar con ellos, ¡oh, sorpresa!, absolutamente todas sus propuestas iban encaminadas al tema medioambiental y estaban estrechamente relacionadas con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. «¡Claro!», pensé yo, «estaba dándole vueltas desde el punto de vista académico y ellos lo que quieren es realidad y acción».

Sirva esta pequeña historieta para introducir el tema al que realmente me gustaría dedicar algunas líneas para la reflexión: El empoderamiento juvenil, mejor dicho, el auto-empoderamiento juvenil o el cómo aprender y ejercer la autonomía que se va a necesitar para la vida.

Porque, a pesar de que los cambios que vamos introduciendo en la forma de realizar la docencia gracias a las nuevas metodologías, estilos, técnicas, herramientas… educativas, van situando al alumno en el centro del aprendizaje, creo que tenemos aún camino por recorrer. A veces nos encontramos encorsetados por un currículo que indudablemente debería actualizarse, otras veces nos da un poco de miedo salir a la calle, al parque, a investigar ahí afuera, a interactuar con otros… sin poder controlar demasiado los procesos de aprendizaje que puedan llegar a ocurrir o en ocasiones, simplemente, no confiamos del todo en nuestros alumnos, en su criterio o en su motivación para aprender.

Y entonces sigue apareciendo en clase una y otra vez el «profe, ¿y esto a mi para que me sirve en la vida?», sin ser muchas veces capaces de hacerles entender de una forma clara y sencilla que esto no va solo de contenidos. Que hay ciertas competencias que adquirir, que hay decenas de habilidades que se deben conocer y entrenar, que cuando resolvemos, por ejemplo, un ejercicio complicado de química estamos entrenando además la toma de decisiones, la capacidad para trabajar en equipo o el saber fraccionar un problema, también los personales, para afrontarlo de manera más eficaz.

El profesor de Harvard, Roland Barth, ha constatado cómo en los años 50 los jóvenes, al terminar sus estudios básicos, sabían alrededor del 75% de lo que iban a necesitar saber para tener una vida satisfactoria. Hoy, predice que los jóvenes terminan sus estudios obligatorios sabiendo alrededor del 2% de lo que van a necesitar en su vida (Barth, R.S. The leader as a learner. Education Week, 16(23). 56). Yo, por mi parte, intento hacer reflexionar a mis alumnos sobre esto durante los primeros días del curso con una frase actual, muy popular y más o menos anónima que dice: «Al mundo no le interesa lo que sabes, Google ya lo sabe todo. Al mundo solo le interesa lo que eres capaz de hacer con lo que sabes».

Entonces, ¿os imagináis una Escuela que no sea solo una gota en el océano, que no esté sujeta a excesivos encorsetajes legislativos y que sea realmente vertebradora del cambio social? Me refiero a una Escuela capaz de generar verdaderos ecosistemas de aprendizaje junto a las familias, instituciones, empresas, entidades sin ánimo de lucro de la educación no formal, el propio entorno local del alumno (en su concepción más amplia posible), etc. En donde niños, niñas y jóvenes participen activamente, experimenten, se auto-empoderen y decidan vivir, acompañados de sus profes, esta o aquella oportunidad educativa significativa disponible en ese gran ecosistema de aprendizaje que es capaz, además, de crear sinergias con otros ecosistemas. Todo ello encaminado hacia una auténtica educación valiosa, una educación para la vida.

Al menos a mí, este concepto de educación valiosa me apasiona, me emociona y no creo sinceramente que esté, en realidad, tan lejos. Tan solo deberemos seguir construyendo, formándonos y atreviéndonos a no ser en todo momento ni el motor ni la consola de control de todos los procesos educativos.

¿Qué cómo terminó la historieta de la investigación científica? Pues bien, al final entre todos decidimos analizar científicamente la salud medioambiental del río Duero a su paso por Soria. Y fue una experiencia alucinante tanto para ellos como para los profes que lo hemos acompañado o los que han colaborado de alguna forma. Lástima que la situación del COVID-19 no nos haya permitido terminar el proyecto tal y como lo hubiéramos deseado. Pero seguro que volveremos a retomarlo con más fuerza y ganas que nunca cuando todo esto pase o, al menos, nos quedaremos con que habrán vivido una experiencia educativa que, sin duda, habrá aportado a sus habilidades y competencias necesarias para su futuro.

Víctor M. Ruiz Valero

Profesor de Secundaria, Trilema Soria

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