“La vida es la realización del deseo de la juventud”. A mis 15 años recuerdo que se organizó una fiesta en el colegio y uno de los carteles que la promocionaba rezaba esta frase. Con ella se nos quería lanzar un desafío: que las experiencias que vivimos cuando somos jóvenes despiertan un deseo que no se apaga nunca. Y que el resto de la vida consiste en buscar una respuesta a la sed de felicidad que se comenzaba a gestar en nuestros corazones en aquellos momentos y que ninguna fiesta a las que habitualmente acudíamos era capaz de saciar. Aquel festival quería celebrar un final de curso, pero también pretendía ser la expresión de una plenitud que no se agotaba en la propia fiesta y que encerraba la promesa de una vida igualmente plena. Después comprendí que detrás de todo aquello había una experiencia de fe.

Nuestro profesor de religión en aquella etapa nos hablaba fundamentalmente de la vida. Y lo que era más importante: se veía que él mismo vivía feliz con su fe. No puedo hablar de aquellos años sin mencionar la huella que esas clases han dejado en mi vida. Y no sólo porque ahora me dedique como docente a enseñar la misma asignatura (que también), sino porque Julián, que así se llamaba nuestro profesor,  nos enseñó a hacer experiencia de la vida abriendo nuestra mirada a dos cosas: al deseo de plenitud que surgía en muchas experiencias que vivíamos y a Dios como posibilidad real de respuesta a dicho deseo. Esa fotocopia que promocionaba aquella fiesta la conservé y aún permanece en un cajón como un  preciado souvenir vintage. Pero aunque se hubiese perdido, lo cierto es que con aquellas clases la conciencia de mi deseo de la juventud se quedó grabada a fuego, formando parte de mi vida y de mis experiencias cotidianas. De hecho me sigo cuestionando si muchas de las experiencias que vivo como adulto son capaces de responder a ese deseo.

¿Cuál es mi experiencia actual de las clases como profesor? ¿Qué deseo que aprendan mis alumnos? ¿Qué es lo que me encuentro en el aula? No puedo renunciar a transmitir algo que para mí es decisivo: que la Religión tiene que ver con toda la experiencia humana y con toda la realidad. El corazón de los alumnos actuales tiene los mismos deseos que podríamos tener  los alumnos de hace ahora treinta años. Y antes que creer o no en Dios, lo decisivo es que la asignatura despierte ciertas facultades que parecen adormiladas en la sociedad actual: la interioridad, la capacidad de asombro, el agradecimiento por la vida, el valor y dignidad de la persona, la conciencia solidaria, la capacidad de preguntarse y por supuesto la apertura a la trascendencia como posibilidad de respuesta a las inquietudes y deseos de plenitud que empiezan a manifestarse en el corazón de un adolescente.

“No hay nada más absurdo que una respuesta a una pregunta que uno no se ha hecho”. Este axioma es perfectamente válido para describir lo que cada día trato de proponer en el aula: tomar como punto de partida las experiencias cotidianas del alumno es la ocasión para despertar el deseo de Dios. Y es que la experiencia religiosa es común a todo ser humano. Por eso en clase podemos compartir un diálogo verdadero alumnos de las más diversas creencias y tradiciones. Y desde ese diálogo y esas experiencias cercanas al alumno, Dios se nos ofrece como respuesta a través de su Palabra y de su presencia actual en la Iglesia. Cada cual debe verificarlo personalmente en su vida,  pero las clases al menos proporcionan una capacidad de apertura a Dios frente a todos los prejuicios que parecen predominar en la actualidad frente a todo lo relacionado con lo trascendente.  Las metodologías activas en clase de Religión están al servicio de una propuesta clara: relacionar la experiencia cotidiana del alumno y los desafíos de la realidad actual con la propuesta de significado que ofrece la fe. Los PBL, las rutinas o destrezas de pensamiento o la elaboración de un producto para culminar un proyecto tienen todo el sentido, no por sí mismos, sino para potenciar dicha relación entre la experiencia personal y la trascendencia. La reciente implantación del proyecto KUMI en esta etapa tiene esta intención. Ojalá alguno de mis alumnos en el futuro pudiera afirmar que las clases de Religión le sirvieron para despertar en ellos el deseo de respuestas plenas a los desafíos de cada día.

Jesús Rivera Torres.

Profesor de Religión en ESO.

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